Y cuando en la adolescencia llegó la pregunta de “¿Qué quieres ser de mayor?”, lo tenía claro: misionera (sin ser monja) o psicóloga (dos luces más).

Sin embargo, un día mis padres me explicaron en qué consistía ser “una mujer de provecho”. Y entendí que mi vida profesional iba a alejarse mucho de mis pasiones infantiles.

Aunque ya sabes: las constelaciones son estrellas aisladas que acaban por unirse…

Y como soy tan entusiasta, me enfoqué en ese nuevo objetivo.
Estudié dentro y fuera de España (algo poco común en mi época para una mujer). A mi vuelta, llegué a ocupar altos puestos directivos en Colgate-Palmolive y Pernod- Ricard.)

De los 18 años que trabajé en ambas, 10 fueron como directora comercial.
También inaudito en aquella época.

Todo iba bien… hasta que la vida me trajo uno de sus regalos envueltos en papel de crisis.

¿Sabes a qué me refiero?

Era 2004. Un día cualquiera recibí un paquete inesperado. El regalo venía en forma de despido.
Así, de un día para otro. Como los trae Amazon.

Ya no era necesaria. Como en los equipos de fútbol, llegó un nuevo entrenador.

Fue mi primer tsunami profesional. Y la ola fue más profunda de lo que imaginaba. Porque en mi interior, dos lobos comenzaron a pelear.

Uno me decía que debía seguir por el mismo camino. Era lo responsable, lo sensato ya que el peso de mi casa y de mis dos hijos recaía sobre mí.

Pero el otro lobo me susurraba otra cosa.
Decía que el ciclo de las multinacionales había terminado para mí. Que quizás era hora de recuperar aquellas estrellas olvidadas: a la artista, profesora, misionera, psicóloga.
O al menos, dejar que alguna saliera al mundo.

Era una locura. Una reinvención temeraria, un salto al vacío. Una transformación interna y externa.

Pero el Universo no me dejó lugar a dudas.

Una noche de verano, a las cuatro de la mañana, me desvelé.
Busqué algo en la radio que me ayudara a dormir… y encontré una entrevista.
Una mujer hablaba de una nueva disciplina que ayudaba a los ejecutivos a trabajar con menos sufrimiento y mejores resultados. Se llamaba Coaching.

Y en ese instante, sentí una auténtica lluvia de estrellas en mi interior.

La psicóloga en mí gritó: “¡Así podrás trabajar con el potencial de las personas!”.
La misionera añadió: “Y ayudarles a ser más felices”.
La profesora sonrió y dijo: “Y enseñarles trucos para superar sus dificultades”.
La artista concluyó: “Cada persona es diferente. Necesitarás tocar muchas teclas… ¿Y eso no es arte?”.

En un flash, todas esas partes de mí se unieron. Todo cobraba sentido. Y más importante: vibraba dentro de mí.

Así fue como me convertí en coach. Experta en transformación mental, emocional y conductual. Una verdadera constructora de constelaciones.

Ahora ya sabes qué lobo ganó.

Desde el 2008 acompaño a personas en sus procesos de transformación. 

Y en ese camino, no solo recuperé mis pasiones infantiles. También uní nuevas estrellas. Y formé mi constelación.

Una constelación nacida desde la energía de quien se atreve a transformarse para crecer.

Hoy sé que todo mi recorrido tenía un patrón común: La capacidad de abrir nuevos caminos, encontrar nuevas rutas para facilitar el viaje a quienes vieran detrás.